El Reino de Leto
Leto camina tranquila,
auspiciada en la delicadeza de la
Luna
y bañada en la claridad gentil
del día.
Sus largos cabellos de memorias,
sesgados y arrastrados por la
brisa
suave, danzando, jugando ante
su rostro níveo y su mirada perdida.
Olvido es su nombre,
y recuerdo, su estigma.
Olvido es el recuerdo
y el nombre, incoherencia
prevista.
Olvido es letanía
antigua, balsámico esmero
por hallar una salida.
Leto camina sobre corrientes
pacíficas, que purgan las
evocaciones,
y lamen devotas sus adoradas
mejillas.
Mas Leto llora en su reino de mudas
maravillas,
las lágrimas fluyendo cual calmo
manantial,
del mal de reminiscencias
atoradas adolecida.
<<Ojalá no hubieras venido a esta Luna>>,
se escucha un lamento apenas musitado
en el viento.
<<Ojalá no hubieras venido a esta Luna,
y así yo podría haber seguido soñando
que de existir me extinguiría,
que de belleza las estrellas sollozarían,
que de soledad el Sol suspiraría,
que de escarmiento el pasado
jamás regresaría.>>
<<Ojalá no hubieras venido a esta Luna,
resquebrajada por los añicos de la angustia
contenida.
Ojalá jamás hubieras venido a esta Luna,
que originé a base de coma y penurias
retenidas.>>
Leto reinaba en su reino
desmemoriado,
aislada y protegida por Amnesia,
paladín de su corazón devastado.
Mas ella sola truncó todo lazo,
con los astros, con la Tierra,
con el resto de lunas y cometas
que con su fulgor la
deslumbraron.
Leto se abrigó en la
reconfortante quietud
de su reino y en la acogedora
soledad de sus lagos.
Ella se debía al Olvido,
y en el Olvido piadoso confinada,
las remembranzas terminaron.
Hasta que llegó la tempestad,
arreció en su luna,
y desató en el reino el caos.
Un solo resquicio, un filo de
pensamiento,
y los recuerdos a la fuerza se
abrieron paso.
Leto solloza en su reino de
silencio sosegado,
antaño, por una herida; ahora,
por una respuesta
que disuelva todo este pesar acumulado.
<<¿Cómo, oh, cómo convertir todo el dolor en perdón?
¿Cómo acabar con esta sinrazón y mantenerse a salvo?>>
Amnesia, fiel, aspira las
lágrimas tibias de su rostro
y le proporciona el opacado
alivio del olvido,
labios tenues y tiernos, ósculo
frío y comatoso.
Y Leto, sonrisa ajada de recuerdos,
antaños nadando en el vacío,
plata vieja y óxido corrosivo,
se hunde serena en su reino de martirio.
Ojalá jamás hubieras venido a esta luna…
¿Quién hubiera podido imaginar
que tan mortífera y eficaz tormenta
pudiera revivirme de mi tumba?
Por eso, ven, lluvia, ven,
y pulveriza con tu prolífica marea
las memorias de esta vida cobarde que perdura.
<<Por eso, ven, lluvia, ven.
Leto es mi nombre
y Olvido mi reino.
Yo te conmino:
Cae,
precipítate,
desplómate sobre mí.
Bórrame. Elimíname. Suprímeme.
Y, ante todo,
no lo olvides:
Olvídame…>>