A una urraca
Y en mitad
de todo este suspense
por germinar en el capullo a la espera
de no
marchitarnos en la crisálida,
tus ojillos
inteligentes y vivaces
se posaron
en mí:
Brinco del
corazón,
calidez inesperada
y libre
en vuelo
de plumas
níveas
y carbón
iridiscente,
directo y
casual,
a la morada
del miedo
y la
esperanza.
Tú me
despertaste
de este aciago
invierno.
Gracias, urraca.