Lo invisible
El cofre estaba vacío.
Con las esperanzas rotas,
tanteaste el fondo
hasta que las astillas
hicieron sangrar
las yemas de tus dedos.
El tesoro anhelado no existía.
El dolor y el desconcierto
se afanaron en darte una
nueva forma.
Tallaron nuevos surcos en ti,
día tras día,
mientras el sol menguaba
y tus contornos se definían.
Te sentaste en la playa.
Alguna que otra lágrima
rodó por tus mejillas.
Las dejaste correr, libres.
Llamaste a los delfines
y les confesaste tu pena.
Hablaste durante horas y horas.
Querías que te escucharan.
Te sentías sola en tu soledad.
Por encima de las olas,
te llegó la voz del cetáceo amigo.
Lamiste las heridas de tus manos
y degustaste el acostumbrado
sabor de tu esencia.
A tus espaldas, el cofre aguardaba.
Ni joyas, ni gemas, ni oro en su interior.
Nada de lo que anunciaba su suntuosa apariencia.
Aun así, volviste sobre tus pasos
y lo recogiste.
Lo sopesaste entre las manos.
El delfín era sabio
y te había desvelado un secreto.
<<Has reparado en lo visible que no hallas,
mas ¿has percibido aquello que no se aprehende
con los ojos
y que nunca ha de faltar en su oscuridad fantaseada?
Lo invisible es el verdadero tesoro.>>
Pero no había nada en aquel cofre
que mereciera la pena.
Te diste cuenta, entonces.
Nada.
Así y todo, el peso de lo invisible
que en aquel pequeño baúl faltaba
tenía más valor que cualquier
botín soñado.
Y la comprensión de lo profundo
de la vacuidad de aquel arcón
hizo que se secara la fuente
de todas tus lágrimas.
Lo que falta
no siempre resulta evidente
a la mirada.
El sol acarició tu piel reseca.
Echaste a andar en busca de otra playa.
Te llevaste contigo el cofre vacío
y el peso revelador de lo invisible.
En busca de otro cofre,
más sabia y más humana.