Y Despiertas
Me hallaba con otros jóvenes en el campo, en una especie de arenal. El
cielo estaba azul y límpido. Época victoriana, a juzgar por nuestros atuendos.
Nos habíamos detenido a descansar al lado de un gran acantilado que daba al
mar, y todos se quitaban la ropa para tomar el sol o bañarse. Yo, por el
contrario, me tumbaba bajo un saliente de roca rojiza intentando resguardarme
del sol, mientras rumiaba la idea de escapar de allí. No sabía por qué, pero
tenía que marcharme. Había algo que me impulsaba a ello.
Y eso fue lo que hice.
Aprovechando que todos estaban disfrutando
del sol y del mar, me alejé hacia el interior, hacia los verdes campos repletos
de lavanda que caían en una pendiente pronunciada hasta un pequeño valle entre
colinas. Corrí por la ladera de la colina, sintiéndome muy libre, extendiendo
los brazos y fingiendo que volaba.
Y así me contemplaron dos de mis compañeros,
que me vigilaban desde lo alto de la colina con mirada indescifrable. Yo bajé
hasta el fondo del valle sin percatarme de ello y, una vez allí, ralenticé mi
carrera y comencé a caminar hacia el interior.
***
No sabría decir cuánto tiempo pasó, pero
cuando me encontré con la pequeña cabaña, el cielo estaba gris y hacía frío. No
me sentía del todo abrigada por mi vestido largo. Entré a la cabaña, que estaba
a oscuras y parecía que llevaba mucho tiempo deshabitada. En las paredes de
madera y los muebles desportillados se apreciaba una espesa capa de polvo y de
telarañas. Todo en ella transmitía una sensación muy lúgubre. Subí al segundo
piso, descorazonada, y, cuál sería mi sorpresa al encontrarme una hermosa cama
con dosel de hierro forjado que dibujaba flores de lis y otros motivos
vegetales, con las sábanas amarillas, limpias y totalmente dispuestas, como si llevara
toda la vida esperándome. Por añadidura, esta habitación sí que contaba con una
acogedora iluminación, aunque fuera tan sólo la de un pequeño farolillo. Sin
detenerme a pensar mucho en todo aquello, salí de la habitación y me dediqué a investigar
los alrededores de la cabaña, con tanta suerte, que sin darme cuenta, la perdí
de vista. No obstante, no me preocupaba, pues sabía perfectamente cómo volver.
Al anochecer, cuando decidí que ya había explorado lo suficiente, regresé a la
cabaña y subí las escaleras, dispuesta a dormir en aquella cama que parecía tan
cómoda.
Sin embargo, la cama ya estaba ocupada. Uno
de mis compañeros yacía en ella, con el pecho al descubierto, dejando ver una
fea herida sangrante justo por debajo de sus costillas. Me apresuré a correr hacia
él, quien al parecer había perdido el sentido, y le vendé la herida como mejor supe.
Pasé un tiempo con él, preocupada, pero sabía que no era una herida mortal. Al
final, terminé por bajar al salón para dormir en un sofá raído que había visto por
la mañana.
Me desperté al amanecer, debido la luz que
entraba por los postigos de las ventanas mal cerradas, y me precipité escaleras
arriba, hacia la cama, para ver cómo se encontraba. Me senté en la cama, junto
a él. Oía su respiración. Supe que estaba despierto. Me recosté sobre su pecho,
con cuidado de no hacerle daño en la herida.
Era el joven que estaba enamorado de mí. Era
el joven al que yo también amaba.
Entonces abrió los ojos y me miró con sus
ojos profundamente azules por entre los rizos rubios. Sonrió. Siguió mirándome
intensamente. Y pronunció unas palabras.
Yo no dije nada, pero me aferré a él con
fuerza. Él no añadió nada más. Tan sólo me rodeó con sus brazos, estrechándome
fuertemente contra su pecho. Sentí su calor a través del vestido, un calor
agradable como ninguna otra cosa que hubiese conocido antes. Mi cuerpo estaba
frío; su piel, cálida. Me dejé envolver por su calidez, experimentando un
placer que nunca antes había sentido. Fue un momento único y sorprendente,
revelador. Y me di cuenta del porqué: Me sentía completa por primera vez en mi
vida.
Pero, claro, todo lo bueno no puede durar, y
yo debía marcharme de allí, pues
había iniciado mi huida para escapar, para avanzar, para seguir adelante, y no
para quedarme estancada en una ruinosa cabaña cuidando de un hombre
convaleciente. Así pues, hice caso a mi conciencia, que me instaba
imperiosamente a abandonar el lugar, dejando a mi amado durmiendo en la cama,
sin siquiera decirle nada, a pesar de todo el dolor de mi corazón. El día
estaba gris y hacía viento, por lo que me abrigué bien, miré una vez más hacia
atrás, me marché de allí.
Y todo cambió.
Vi un camino arenoso bordeado de árboles
como los que crecían en mi pueblo. El día era soleado y se respiraba en la
escena un extraño olor a Segunda Guerra Mundial que me supo a película bélica.
Por el camino, una banda de niños vestidos con uniformes verdes y boinas del
mismo color iban tocando melodías y canciones alegres.
La imagen se tornó de pronto muy nítida y
brillante, y los instrumentos metálicos, como las flautas traveseras, lanzaron
resplandecientes fulgores. Una vez los niños hubieron pasado, el camino quedó
en silencio durante unos instantes, hasta que apareció una desordenada columna
de personas, los padres de los niños que tocaban, que iban detrás de ellos, charlando
y dándoles ánimos. Entre esa multitud me encontraba yo con mi pareja y con mi
hija pequeña. Mi hija mayor iba tocando con la banda delante de nosotros.
De repente, la angustia me atenazó el
corazón y quise alcanzarla con toda la urgencia que pude, pues supe, de alguna
forma, que el peligro se avecinaba y que él ya había encontrado nuestro rastro.
Alcancé a mi hija mayor y la obligué a dejar la formación y a huir campo a
través, ante su estupor.
Más tarde, llegamos a una estación de
trenes, todos, mi pareja, mis dos hijas y yo, pero él ya se nos había
adelantado. Mi hija le reconoció y, en su ingenuidad, le saludó. Él nos observó
durante unos instantes y comprendió. Comprendió muchas cosas. Demasiadas. Su
mirada lanzó chispas. Supe que no nos lo iba a permitir. Apuré a mi hija
pequeña y a mi pareja para que subieran al tren, pero mi hija mayor no quería,
pues no entendía lo que ocurría. Me dijo que él era un buen hombre, que le
regalaba flores cuando se la encontraba y que siempre la había tratado con
amabilidad. Yo la urgí a correr hacia la máquina de vapor de la locomotora,
intentando alejarnos de él, pero ella se resistía. Por ello, la así del brazo
con fiereza y le dije entre dientes:
−Tú no lo entiendes. Ese hombre que crees
tan amable y que te ha estado rondando todo este tiempo, me amó en el pasado.
Pero yo lo abandoné cuando más me necesitaba. Y ahora quiere seducirte a ti y
quién sabe qué cosas horribles querrá hacer contigo a modo de venganza. Se ha
obsesionado contigo, como antes lo hizo conmigo. Porque tú eres el vivo retrato
de mí en mi juventud. Tú eres la persona que más se parece a mí en el mundo.
Por eso te busca. Por eso yo siempre me he estado escondiendo. Y ahora que nos
ha visto a las dos juntas, no nos dejará escapar.
No estaba segura de que mi hija pudiera
asimilarlo todo tan rápidamente, pero la obligué a subir a la locomotora de un
empellón en el momento justo en que él llegaba hasta nosotras y lanzaba un terrible
grito de desesperación, pues el tren ya se ponía en marcha y, con él, nosotras nos alejábamos sin remedio.
Leí la locura en su mirada, y tuve miedo.
Escapamos.
***
Y despiertas.
Ojos abiertos. Despiertas. Impregnada de miedo. Impregnada de angustia. Ojos
entrecerrados. Silencio. Suspiro sosegado. Despiertas. Impregnada de calor
humano. Acaricias la suave almohada vacía frente a tu mirada opaca. Despiertas.
Y pierdes algo.
Ojos cerrados.
−Fin−
By: Kµ®£Nåi
Me has dejado como siempre, con la boca abierta. Sigue así, no dejes nunca de escribir, que se te da de miedo, y sigue subiendo tus relatos que siempre sienta bien leer una buena historia ^^
ResponderEliminar¡Muchas gracias por tus palabras y por tus ánimos, Yamiko! Me alegro de que te haya gustado el relato. Así da gusto subir historias =)
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