Al final del invierno
Agostada por
el calor del estío,
la maltrecha
y derrotada Vida
hiberna al
helor del invierno.
Sepultada
bajo el peso ineludible de la tierra,
bajo la
liviandad marchita de las hojas secas,
bajo los
restos de infinidad de lunas de insomnio
y soles de
apatía,
la Vida no
muere,
tan sólo
dormita.
Y las raíces
del mundo,
ocultas y
esquivas,
acuden a
arrullar su pulso detenido,
a acunar su
seno y a renovar su energía.
Largos meses
de eriales silenciosos,
noches eternas
de congoja fría,
y monstruos que
vagan temerosos
a la gélida
luz de las estrellas límpidas.
Mas todo
ello,
dolor carcomido,
luz menguante,
y voluntad
entumecida,
llega a su
fin.
Al final
del invierno,
brotes.
Tímidos y
fuertes,
revelan sus
bulbos verdes
al repiqueteo
de la lluvia
que derrite
el hielo,
que arrolla
y purifica,
y vence al
tiempo.
Al final del
invierno.
Brotes.
Lluvia.
Y un despertar nuevo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario