viernes, 17 de enero de 2014

El Sueño Dormido


Por fin vuelve uno de mis relatos más queridos a casa. Espero que os guste.


El Sueño Dormido

Hubo una vez una persona que alumbró un sueño, un sueño vigoroso y esbelto que se alimentaba de latidos de corazón y que bebía suspiros de anhelo. Era un sueño hermoso y sincero que crecía y arraigaba con los sentimientos ingenuos de quien lo atesoraba con cariño en su pecho. Era un sueño concebido para ser cumplido, un sueño de los que estallan en el pecho y llenan de burbujas tu derrotado cuerpo. Era un sueño de los que te dan alas, un sueño con el que separas los pies del suelo y te elevas y cantas y te desvaneces y amas... Un sueño de los que iluminan tu sendero, de los que te dan fuerzas.
Era un motivo para continuar viviendo.
***
El sueño perfecto ansiaba ser cumplido con prontitud para deshacerse plácidamente como dulce miel y extender felicidad a cada poro del cuerpo.
Al principio, esperaba y se excitaba. Esperaba y se impacientaba, agrandándose y empujando en las puertas del pecho que lo albergaba, deseoso de salir y estallar y volar, hinchiendo el corazón de cálido y luminoso anhelo, una sensación agradable burbujeando en secreto.
El sueño perfecto esperaba y esperaba y, cuanto más esperaba, su impaciencia más se incrementaba. ¿Cuándo, cuándo, cuándo?, parecía inquirir, crepitando con desasosiego en las paredes del pecho. El tiempo se escapa, susurraba el sueño, reptando en círculos cual culebra atrapada en su encierro.
El sueño perfecto esperó y esperó con esperanza, pero el tiempo inmisericorde acalló sus súplicas y las arrastró lejos, infinitamente lejos.
Pasaron irremediablemente los años y, con ellos, el tiempo aplastante a punto estuvo de asfixiar al sueño, que cada vez se iba volviendo más reducido, más pequeño.
Hasta que un día, agotado, se aovilló en un rincón de su pecho y comenzó un sereno letargo, que trocó la emoción en desilusión y oscureció su halo dorado, sumergiéndolo en las tinieblas sin dueño, relegado al rincón de los sueños incompletos.
El sueño abandonado dormía encajonado en el lugar al que van a parar los sueños rotos, los caprichos repentinos y los deseos frustrados. El lugar en el que se acumulan sin orden ni concierto todas las ilusiones truncadas, condenadas al destierro del corazón, para nunca más ser recordadas.
El sueño incompleto dormía y, al dormir, olvidaba. Olvidó su impaciencia, su ilusión, su motivo y su desconcierto. El propio anhelo olvidó lo que era el anhelo y, así, cerró sus sentidos al mundo imperfecto. El sueño olvidó que era sueño y se sumió en las profundidades abismales de los corazones vacíos y drenados en silencio.
Y de esta manera, el malogrado sueño se apagó, abandonado por quien una vez lo alumbró en su interior, muriendo poco a poco en su pecho, cual amapola reseca convertida en no más que un recuerdo maltrecho.
Los años irrefrenables transcurrieron monótonos e inalterables, uno tras otro, como los vagones metálicos de un tren de longitud infinita. Todos vacíos. Todos iguales. Días en blanco y noches de oscuridad se consumieron en tanto el sueño dormido suspiraba en su letargo, cubierto por una espesa capa de polvo de olvido e indiferencia, diminuto e insignificante en medio de un océano de sueños imposibles y deseos abandonados.
Se ahogaban. Todos ellos. Se ahogaban sin saberlo.
Todos dormían.
Todos agonizando, eternamente a la deriva.
O eso parecía.
***
Hasta que el rayo dorado, un golpe de suerte inesperado, frustró su fatal hado. En un comienzo, consistía tan sólo de un finísimo hilo de luz dorada y parpadeante, apenas visible en las tinieblas del Mar de las Ilusiones Olvidadas. Era un delgado jirón de luz casi imperceptible dentro de aquel laberinto de sueños rotos y acumulados al azar en enormes pilas tambaleantes. Mas el inapreciable rayo dorado tenía muy claro el lugar al que quería llegar a parar y, persistente, buscó y buscó en aquella decadente inmensidad hasta que, en medio del océano de sueños durmientes, lo logró hallar.
El sueño dormía, hermético, acurrucado, olvidado. Malherido. Asustado. Ofrecía un aspecto lamentable, totalmente enmohecido, desgarrado, solo, abandonado. Sufría de una herida mortal que, con estudiada calma, acabaría por destruirlo, su existencia absurda condenada a la desaparición total. El final, el final de todo estaba cerca…
Era algo que el obstinado rayo de luz dorada no podía aceptar. Así pues, la hebra de luz rebelde se abrió paso con valentía a través de la melancólica oscuridad marchita para alcanzar al tembloroso sueño, que, de alguna manera, era consciente de su inminente final. Y, cual suave mano de dulzura maternal, el rayo de luz descendió sobre él con suma delicadeza, con inconmensurable cuidado. Con indescriptible cariño.
Entonces lo rozó con suavidad. Y se produjo el milagro.
El fino hilo de oro se transformó de repente en un inmenso haz de luz iridiscente que cayó a plomo sobre el sueño abandonado, separándolo con su fulgor brillante de la oscuridad mortecina del océano de deseos estancados. Y, dentro del chorro de luz resplandeciente, lenta, muy lentamente, el sueño experimentó un cambio.
Tembló, se sacudió, se estremeció.
Y… despertó.
Así, se desperezó cual joven que se levanta a la cálida luminiscencia de una nueva mañana, para admirar la pálida luz que entra a raudales por los postigos abiertos de una ventana largamente anhelada.
Entonces, la Voz.

Mi sueño. Mi querido, mi apreciado sueño. Mi sueño abandonado. Lo siento tanto. Intenté cumplirte, realizarte con todas mis fuerzas, pero no fui capaz. Y te olvidé, te abandoné, te condené. Te dejé atrás, hundiéndote, agonizando con cada año que transcurría. Discúlpame. Lo siento, de veras. ¿A ti también te duele tanto?
El tiempo pasaba, y yo también olvidaba. Olvidé que existías, y que yo te atesoraba con cariño en el centro de mi corazón, esperando con ilusión que algún día te consumaras. Mas aquello nunca sucedió, y perdí las esperanzas. Ésa fue mi falta. Y, sin embargo, la vida es inescrutable e impredecible. Aquí estoy. He vuelto a ti. Te añoraba.
Quiero volver a sentir tu dulce ardor en mi pecho, las chispas contenidas de emoción que se escapaban como mariposas juguetonas de mi mirada. Quiero volver a soñarte; no importa que no exista un mañana.
No puedo prometerte que te cumpliré, pues he comprendido que no está en mi mano decantar la balanza. Simplemente, permite que te persiga, que viva el resto de mis días peleando por ti, buscándote, acariciándote, susurrándote en mis horas sombrías.
Por favor, ilumina de nuevo esta carcasa vacía.
Por favor, vuelve a dar un sentido a mi vida.
Nunca volveré a abandonarte. Te perseguiré hasta que el último hálito de mi existencia se escape irremediablemente de este frágil cuerpo desvalido y acuda a los gélidos brazos de Aquélla que me recibirá en su helada calma.
Ven, acércate. Fúndete con mi alma.
Aún estamos a tiempo.
Déjame morir en tu esperanza.

Y el sueño recobrado relumbró con la intensidad de mil galaxias e irradió un potentísimo torrente de ilusión redentora que recorrió cada rincón del cuerpo y del corazón de aquella persona que lo portaba y amaba.
La persona que dio a luz un sueño y lo abandonó a causa de la decepción, siempre amarga.
La persona que volvió a él, y murió en su paz repleta de vehemente esperanza.

-Fin-
 By: Kµ®£Nåi

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