A Tortugona
Si alguna manera hubiera
de hacerte
llegar mis palabras
y de hacer
que las comprendieras,
te contaría
una vida entera
de sollozos
acallados
y esperanzas
eternas.
La vida que
tú viste crecer,
mientras
crecías.
La vida que
junto a ti vivía,
niña, muchacha,
mujer,
día tras día.
<<¿Cómo se puede querer a una tortuga?>>,
muchos me increpan.
<<¿Es que se puede no quererla?>>,
es la
respuesta que en mis labios resuena.
¿Cómo no quererte,
si tú
estuviste ahí siempre,
siempre,
imperturbable e
impertérrita?
Aun si todo
se desplomaba y se venía abajo,
tú eras la
prueba viviente de la permanencia.
Y, de
pronto, la muerte te alcanza
antes que a
mí,
situación
inesperada,
necia la
poeta que esperaba secretamente
perecer sin
despedirse de una vida tierna en ti cristalizada.
Fueron
dieciocho los años.
¿Los viviste
bien? ¿Y tu muerte?
¿Te
sobrevino con tu tranquilidad intacta?
Si las
tortugas recuerdan,
¿te
llevarías algún recuerdo
a doquiera
que se halle tu mansa calma?
Siento la
injusticia de tu cuerpo exánime
abandonado a
la escoria y la chatarra.
Me desgarra.
Lo siento
tanto, tanto…
Adiós,
Tortugona, mi Tortuga,
mucho más
que una tortuga,
piel de
algas,
caparazón estriado,
y orejas de
naranja.
De ritmo lento a compás detenido:
De ritmo lento a compás detenido:
Créeme que
te quise
como sólo yo
puedo quererte.
Con el
corazón,
adiós, mi
Tortugona. Adiós.
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