Niebla y humo
Hoy la niebla huele a incendio.
Tengo enredado en el pelo hedor a humo
de quién sabe qué fogatas.
Pero el aire está helado y húmedo;
cruje la escarcha en bancos y ramas.
Los jirones fantasmales inician su danza
rizándose y persiguiéndose
con vaporosa suavidad
sobre el espejo quieto del agua.
Es el baile etéreo de la bruma.
Y yo lo observo, embelesada.
La niebla recorre y envuelve puentes,
o sean quizás portales al País de las Hadas.
El manto blanquecino abraza los campanarios,
y es posible que habiten vampiros tras su Nada.
Tiene algo de dulce y pacífico,
de historia por ser contada,
el tenue velo fantasma.
La niebla es el misterio sin miedo.
Una suerte de magia serena y blanca.
Pero hoy huele a incendio.
Y no logro hallar la causa
de esta desazón
que me congela el alma.
Y es extraño,
porque este olor a hoguera
intoxica la belleza del misterio,
y lo degrada.
He aquí la bruma que es más invierno que el mismo invierno,
y este intruso olor a humo de quién sabe qué estivales llamas.
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