martes, 26 de febrero de 2013

Destellos de Belleza



Acantilados de Howth (Irlanda) - Imagen de mi propiedad

Destellos de Belleza

−¿Qué haces?

−Compongo poesía mientras me ocurren otras cosas.

−¿Otras cosas? ¿Qué otras cosas?

−Tú, por ejemplo.

−¿Yo?

−Tú me has ocurrido ahora, mientras estaba componiendo un poema. Y cuando te hayas ido, seguiré componiéndolo.

−¿Y por qué compones poesía?

−Porque el mundo es un lugar feo. Y yo quiero crear algo bello, para equilibrar la balanza.

−¿Por eso nunca dejas de componer?

−Exacto.

−¿Tan importante es la poesía?

−Si no fuera por los pequeños destellos de belleza que encontramos en la suciedad, nos hundiríamos en la inmundicia.

−Fin−

 By: Kµ®£Nåi

miércoles, 13 de febrero de 2013

Y Despiertas

Hoy os traigo un relato que puede que os parezca un tanto extraño o ilógico al principio, pero si lo leéis hasta el final, veréis que todo tiene sentido. Al final, todo siempre lo tiene. Espero que os guste.




Y Despiertas

Me hallaba con otros jóvenes en el campo, en una especie de arenal. El cielo estaba azul y límpido. Época victoriana, a juzgar por nuestros atuendos. Nos habíamos detenido a descansar al lado de un gran acantilado que daba al mar, y todos se quitaban la ropa para tomar el sol o bañarse. Yo, por el contrario, me tumbaba bajo un saliente de roca rojiza intentando resguardarme del sol, mientras rumiaba la idea de escapar de allí. No sabía por qué, pero tenía que marcharme. Había algo que me impulsaba a ello.
            Y eso fue lo que hice.
Aprovechando que todos estaban disfrutando del sol y del mar, me alejé hacia el interior, hacia los verdes campos repletos de lavanda que caían en una pendiente pronunciada hasta un pequeño valle entre colinas. Corrí por la ladera de la colina, sintiéndome muy libre, extendiendo los brazos y fingiendo que volaba.
Y así me contemplaron dos de mis compañeros, que me vigilaban desde lo alto de la colina con mirada indescifrable. Yo bajé hasta el fondo del valle sin percatarme de ello y, una vez allí, ralenticé mi carrera y comencé a caminar hacia el interior. 
 
***

No sabría decir cuánto tiempo pasó, pero cuando me encontré con la pequeña cabaña, el cielo estaba gris y hacía frío. No me sentía del todo abrigada por mi vestido largo. Entré a la cabaña, que estaba a oscuras y parecía que llevaba mucho tiempo deshabitada. En las paredes de madera y los muebles desportillados se apreciaba una espesa capa de polvo y de telarañas. Todo en ella transmitía una sensación muy lúgubre. Subí al segundo piso, descorazonada, y, cuál sería mi sorpresa al encontrarme una hermosa cama con dosel de hierro forjado que dibujaba flores de lis y otros motivos vegetales, con las sábanas amarillas, limpias y totalmente dispuestas, como si llevara toda la vida esperándome. Por añadidura, esta habitación sí que contaba con una acogedora iluminación, aunque fuera tan sólo la de un pequeño farolillo. Sin detenerme a pensar mucho en todo aquello, salí de la habitación y me dediqué a investigar los alrededores de la cabaña, con tanta suerte, que sin darme cuenta, la perdí de vista. No obstante, no me preocupaba, pues sabía perfectamente cómo volver. Al anochecer, cuando decidí que ya había explorado lo suficiente, regresé a la cabaña y subí las escaleras, dispuesta a dormir en aquella cama que parecía tan cómoda.
Sin embargo, la cama ya estaba ocupada. Uno de mis compañeros yacía en ella, con el pecho al descubierto, dejando ver una fea herida sangrante justo por debajo de sus costillas. Me apresuré a correr hacia él, quien al parecer había perdido el sentido, y le vendé la herida como mejor supe. Pasé un tiempo con él, preocupada, pero sabía que no era una herida mortal. Al final, terminé por bajar al salón para dormir en un sofá raído que había visto por la mañana.
Me desperté al amanecer, debido la luz que entraba por los postigos de las ventanas mal cerradas, y me precipité escaleras arriba, hacia la cama, para ver cómo se encontraba. Me senté en la cama, junto a él. Oía su respiración. Supe que estaba despierto. Me recosté sobre su pecho, con cuidado de no hacerle daño en la herida.
Era el joven que estaba enamorado de mí. Era el joven al que yo también amaba. 
Entonces abrió los ojos y me miró con sus ojos profundamente azules por entre los rizos rubios. Sonrió. Siguió mirándome intensamente. Y pronunció unas palabras.
Yo no dije nada, pero me aferré a él con fuerza. Él no añadió nada más. Tan sólo me rodeó con sus brazos, estrechándome fuertemente contra su pecho. Sentí su calor a través del vestido, un calor agradable como ninguna otra cosa que hubiese conocido antes. Mi cuerpo estaba frío; su piel, cálida. Me dejé envolver por su calidez, experimentando un placer que nunca antes había sentido. Fue un momento único y sorprendente, revelador. Y me di cuenta del porqué: Me sentía completa por primera vez en mi vida.
Pero, claro, todo lo bueno no puede durar, y yo debía marcharme de allí, pues había iniciado mi huida para escapar, para avanzar, para seguir adelante, y no para quedarme estancada en una ruinosa cabaña cuidando de un hombre convaleciente. Así pues, hice caso a mi conciencia, que me instaba imperiosamente a abandonar el lugar, dejando a mi amado durmiendo en la cama, sin siquiera decirle nada, a pesar de todo el dolor de mi corazón. El día estaba gris y hacía viento, por lo que me abrigué bien, miré una vez más hacia atrás, me marché de allí.
Y todo cambió.
Vi un camino arenoso bordeado de árboles como los que crecían en mi pueblo. El día era soleado y se respiraba en la escena un extraño olor a Segunda Guerra Mundial que me supo a película bélica. Por el camino, una banda de niños vestidos con uniformes verdes y boinas del mismo color iban tocando melodías y canciones alegres.
La imagen se tornó de pronto muy nítida y brillante, y los instrumentos metálicos, como las flautas traveseras, lanzaron resplandecientes fulgores. Una vez los niños hubieron pasado, el camino quedó en silencio durante unos instantes, hasta que apareció una desordenada columna de personas, los padres de los niños que tocaban, que iban detrás de ellos, charlando y dándoles ánimos. Entre esa multitud me encontraba yo con mi pareja y con mi hija pequeña. Mi hija mayor iba tocando con la banda delante de nosotros.
De repente, la angustia me atenazó el corazón y quise alcanzarla con toda la urgencia que pude, pues supe, de alguna forma, que el peligro se avecinaba y que él ya había encontrado nuestro rastro. Alcancé a mi hija mayor y la obligué a dejar la formación y a huir campo a través, ante su estupor.
Más tarde, llegamos a una estación de trenes, todos, mi pareja, mis dos hijas y yo, pero él ya se nos había adelantado. Mi hija le reconoció y, en su ingenuidad, le saludó. Él nos observó durante unos instantes y comprendió. Comprendió muchas cosas. Demasiadas. Su mirada lanzó chispas. Supe que no nos lo iba a permitir. Apuré a mi hija pequeña y a mi pareja para que subieran al tren, pero mi hija mayor no quería, pues no entendía lo que ocurría. Me dijo que él era un buen hombre, que le regalaba flores cuando se la encontraba y que siempre la había tratado con amabilidad. Yo la urgí a correr hacia la máquina de vapor de la locomotora, intentando alejarnos de él, pero ella se resistía. Por ello, la así del brazo con fiereza y le dije entre dientes:
−Tú no lo entiendes. Ese hombre que crees tan amable y que te ha estado rondando todo este tiempo, me amó en el pasado. Pero yo lo abandoné cuando más me necesitaba. Y ahora quiere seducirte a ti y quién sabe qué cosas horribles querrá hacer contigo a modo de venganza. Se ha obsesionado contigo, como antes lo hizo conmigo. Porque tú eres el vivo retrato de mí en mi juventud. Tú eres la persona que más se parece a mí en el mundo. Por eso te busca. Por eso yo siempre me he estado escondiendo. Y ahora que nos ha visto a las dos juntas, no nos dejará escapar.
No estaba segura de que mi hija pudiera asimilarlo todo tan rápidamente, pero la obligué a subir a la locomotora de un empellón en el momento justo en que él llegaba hasta nosotras y lanzaba un terrible grito de desesperación, pues el tren ya se ponía en marcha  y, con él, nosotras nos alejábamos sin remedio.
Leí la locura en su mirada, y tuve miedo.
Escapamos.
***

Y despiertas. Ojos abiertos. Despiertas. Impregnada de miedo. Impregnada de angustia. Ojos entrecerrados. Silencio. Suspiro sosegado. Despiertas. Impregnada de calor humano. Acaricias la suave almohada vacía frente a tu mirada opaca. Despiertas. Y pierdes algo.
Ojos cerrados.

−Fin−

By: Kµ®£Nåi