viernes, 19 de febrero de 2016

El Aroma de los Colores



El Aroma de los Colores

 A veces, traducimos
el aroma de los colores
sin darnos cuenta.

El color del estío se transmuta
en sudor que resbala por el cuello,
y el frío, en el invierno yermo
de nuestros pensamientos.

Enfermos terminales la mayor parte del tiempo,
deambulamos como sonámbulos del día,
con los sentidos cerrados al palpitar del universo.

¡Qué fácil es así
no darnos cuenta
de cuán profundo caemos!

Sin un fondo contra el que estrellarnos,
podemos caer eternamente,
mientras fingimos que volamos.

¿Cuándo nos convertimos en esto?
¿De qué horrible crimen escapamos?

¿Vivir? Qué carga tan pesada.
Mejor soñamos que vivimos
y nos desentendemos de esta nada.

Bloques de litio y silicio
se precipitan al vacío trémulo.
Creen que las alongadas ecuaciones
de las que dependen sus maquinales existencias
serán capaces de sostenerlos indefinidamente,
ciegos al hecho de que no son más que meras cadenas,
y ellos, presas fáciles de una realidad lógica e impuesta.

Y en este ahogarse interrumpido
que es querer vivir, vivir,
cuando simplemente estamos muriendo,
qué honorable es eso,
morir,
por unos ideales prefabricados.
Qué honorable morir,
sacrificados con ilusión al poder
del humo, de las posesiones brillantes, del cemento.

La aniquilación del instinto
va pareja a la muerte del espíritu,
me revela, triste, el viento.
¿Acaso existe alguien a quien ahora concierna
la intuición sutil de la inutilidad de la existencia?
¿Acaso existe alguien a quien ahora concierna
el aguijonazo en el corazón previo a la tragedia?

Nos sepultamos con gusto,
a paladas enérgicas y desalmadas,
en este mar de lombrices y de lodo,
bajo la reluciente sonrisa de las vitrinas colmadas.

¿Dónde quedó la magia?
¿Dónde quedó la magia del lenguaje de los cuerpos?
¿Y el canto estremecedor de las plantas?

¿Dónde quedó el  corazón?
Lo devoraron las ratas. Unas ratas huecas y metálicas.

Pero, ¿a quién le importa?
Nuestro interior vacío es sólo hogar
para polillas y cucarachas.
Mas, ¿a quién le importa,
si el coche nuevo espera, flamante,
en la entrada de nuestra casa?
¿Si tenemos todas las prendas necesarias
para suplir ese vacío infestado de polillas y cucarachas?

Todos esos sabios muertos—
y tanto fútil cantamañanas…

En la vorágine de las civilizaciones,
que una vez nos dieron un origen y un destino,
hemos acabado engulléndonos a dentelladas.

¿Qué nos queda?
"Somos humanos, y el resto no es nada",
es la salmodia grabada a fuego en nuestras entrañas.

Somos humanos.
¿Qué significa eso?
Antes, poco.
Y ahora, nada.

Olvidamos. Queremos olvidar que
un día, con los cabellos enmarañados
y un gruñido atávico en la garganta,
tuvimos los ojos abiertos
y el corazón diáfano.

Y sin embargo ahora, ¿qué absurda quimera
es ésa del corazón, de los instintos,
si no hemos hecho más que obviarlos y arrollarlos?

Amputados por dentro,
nuestras emociones e intuiciones
extinguiéndose en esta charada
que tenemos por vida,
y que no es más que muerte edulcorada.

Qué cansancio. Cuánta desesperanza…

Es entonces cuando, sin darnos cuenta,
traducimos el aroma de los colores
que nos trae una súbita ráfaga,
y damos a luz un desangelado poema—

Lágrimas tibias en noches desveladas.