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viernes, 23 de julio de 2021

Ser mar


Ser mar

Se tumbó sobre las olas y se dejó mecer por el lecho de agua. Tenía las orejas sumergidas, y los sonidos del mundo le llegaban extrañamente amortiguados, agradablemente lejanos. Miraba el cielo, pues todo era cielo, añil y límpido, y le parecía que no estaba allí, que no existía nada más que ese azul infinito y brillante que lo envolvía todo. Supo lo que era, no existir. Y le gustó.

El mar batía suavemente contra su cuerpo, arropándolo entre sus aguas, y el manso vaivén se llevó todos sus recuerdos y lamentaciones. Se olvidó de la fecha y del año. Atrás quedó su nombre. Atrás quedó su carga. Flotaba en el mar, casi tan ingrávida como si volara. Se imaginó siendo arrastrada océano adentro, y no sintió miedo. Llegó a desearla, incluso. La deriva. Si tan solo la deriva fuese siempre tan azul y tan pacífica...

Hacía el muerto sobre las olas, por fin había aprendido a recostar la cabeza serenamente sobre el agua, sin temor a hundirse, o a ahogarse, o a estrellarse contra las rocas. Había entendido de golpegolpe apacible y marino muchas cosas.

Su cuerpo fundido en el océano, el leve olor a salitre y algas, el sonido de las olas y las gaviotas como desde un país lejano. El azul inconmensurable que estallaba en sus ojos. Ese azul...

No pensar.

El mar, qué significa.

Que venga lo que tenga que venir.

Nunca había existido tan poco.

Nunca había existido tanto como en esa breve pausa indeleble, apenas un instante de un verano entre tantos y tantos.

sábado, 18 de marzo de 2017

Lluvia en el Corazón


Lluvia en el Corazón

Tenía lluvia en el corazón. Venía arreciando desde hacía mucho tiempo. Todas esas gotas acumuladas, ensordecedoras. Un rugido de aguas turbulentas en sus oídos. Como de cosas muertas y pesadas, tal vez recuerdos  punzantes y añorados, tal vez sentimientos perseguidos y nunca alcanzados. Tal vez, pedazos perdidos de sí misma, dejados resbalar, desplomándose pesadamente en la crecida. Plop. Plop. Se hundían, se hundía en sí misma. Se ahogaban, eternamente ahogada, en toda esa lluvia fría y grisácea. Caminaba, y dejaba rastros de agua, siempre, dondequiera que fuera, llevaba consigo huellas de lluvia filtrada y el patético chapaleo del aguacero que le llovía desde el alma. Se movía con el cuerpo abotagado, lento, abarrotado de agua, tropezando constantemente y mirando hacia su propio interior, pues era incapaz de ver nada a través de todo ese torrente de gotas pertinaces y pesadas. Inundada por dentro, jamás fue capaz de ver el resplandor del Sol que brillaba en el cielo. Tan sólo deseaba que toda esa lluvia se transformase en océano, y que éste arrastrase el peso muerto de su cuerpo hasta la ansiada arena de alguna playa secreta y sosegada. Y que las olas la expulsasen de su seno, y ella diese con sus húmedos huesos en la sequedad reconfortante de la costa oreada.

Un día, se cruzó con el gato de pelaje negro y mirada de tuerto, y éste le contó su historia. El gato vivía en una hermosa casa con grandes ventanas, rodeada por un jardín exuberante y florido. Sus dueños nunca le permitían pisar el exterior, por lo que solía pasarse el día mirando desde el interior de la silenciosa casa, a través de los ventanales, hacia el verdor primoroso del jardín, hacia el límpido cielo añil, hacia las avecillas que revoloteaban juguetonas entre las ramas del cerezo. Un día, un gorrión vino a posarse al otro lado del alféizar y lo miró con su cabecilla inquieta. Entonces, el gato se dijo con desconocido anhelo: "Vaya, así que hay vida ahí fuera". Se observó brevemente las zarpas suaves y bellas, incongruentes e inutilizadas. Y bostezó, hastiado, y el gorrión huyó asustado. Se estiró con desgana frente a la ventana y se sumió en un profundo sueño. Al fin y al cabo, aunque hubiera vida ahí fuera, el gato de pelaje negro y mirada de tuerto no sabía cómo alcanzarla. 

Es por eso que, cuando aquella muchacha colmada de lluvia cruzó frente a su ventana, le contó su historia, y le rogó que abriera la ventana. Sin embargo, ella no podía escuchar nada a través del rugido de toda su lluvia, y apenas si era capaz de ver nada. Así y todo, al palpar la ventana, sintió el impulso imperioso de abrirla y dejar que toda su lluvia se colara en aquel reducto injustamente seco y en calma. Así pues, rompió los cristales a pedradas, y el gato de pelaje negro y mirada de tuerto escapó cautelosamente al exterior, respirando el aroma del viento impetuoso que le alborotaba el pelaje y le llenaba los ojos de arena, polvo y hojarasca. Se estremeció de frío. Se estremeció de miedo. Se estremeció de soledad. Mirando por el rabillo del ojo su cálido y apacible refugio, se despidió de él con un leve maullido, y siguió a la joven inundada de lluvia. El gato había descubierto a través de todas aquellas gotas un universo entero de refulgentes astros y galaxias, opacado y apocado bajo aquel aguacero incesante de agua que corroía a la muchacha. El gato de pelaje negro y mirada de tuerto fue capaz de ver su insurrecto anhelo de libertad, y quiso seguirla y liberarla.

Sin embargo, ella no veía nada. No oía nada, y, ahogada en su lluvia perenne, jamás se percató de aquel gato negro y tuerto que seguía sus huellas y lamía el agua que de ella se filtraba. La joven caminaba y caminaba sin hallar lo que buscaba. Y, con la mirada emborronada y los oídos anegados en agua, proseguía su avance sin destinos ni paradas. 

Hasta que mucho tiempo después, sin motivo aparente, detuvo el penoso avance de sus pisadas abotagadas. Giró su rostro y miró a su espalda. Sus iris desvaídos se desvivían por percibir a través de toda aquella lluvia, se desesperaban por ver tras aquel telón aguado que empañaba sus ojos pardos, por ver algo, una pequeña sombra oscura, quizás, que seguía todos sus pasos. Mas no la encontró. Ella no lo sabía, pero, tiempo atrás, el cuerpo exánime del gato de pelaje negro y mirada de tuerto había dado su último estertor, ahogado al tratar de lamer toda aquella lluvia perniciosa que de ella se filtraba. Ella no lo sabía, no sabía nada, pero aun así levantó su mirada al cielo, muy lentamente, como exigiendo que éste le explicara lo inexplicable. Llovía tanto. Tanto. Arreciaba, más que nunca. Jamás se había sentido tan mojada. 

Tenía lluvia en el corazón, siempre he tenido lluvia en el corazón, pensó, al reiniciar cansinamente su marcha.

--Fin--


miércoles, 28 de septiembre de 2016

Son Puñales Sus Ojos



 Son Puñales Sus Ojos

<<Son puñales sus ojos

y de acero taimado sus mejillas.

Son sus labios glaciares en rojo,

y de afilado despunte su barbilla.



Cual mar de hirsuta maleza

de inflorescencia aberrada

se extienden sus rizos sinuosos,

pasto triste de espigas corcovadas.



No es del Cielo la culpa

de su semblante angosto,

albergue en ayunas

 de crueles rastrojos,

ni de la desmañada presencia

de sus manos de ramas en despojos.


No es del Cielo la culpa

de la tosquedad de tronco

que su cuerpo estático no muda,

ni del rictus perentorio

de su sonrisa de penumbras.



Posee ella la oscuridad

y la vileza.

Posee ella el rencor

y la tragedia.



Todo en ella se antoja

fatal remolino de caos y filos,

y si hubiere alguien en este mundo

capaz de amarla en su desatino,

a dos monstruos habríamos arrojar

a las funestas llamas, ¡o al abismo!>>



Tales versos leyó ella, al tiempo que su corazón estallaba, o fuera quizás la casa en llamas, con ella dentro y con aquel al que más amaba. El autor de aquellas palabras.

lunes, 11 de enero de 2016

Si Todo Lo Que Soy Ya Ha Sido

Existencia - Imagen de mi propiedad


Si Todo Lo Que Soy Ya Ha Sido



Se preguntó, con creciente angustia: <<Si ya ha habido antes en el mundo alguien que ha sentido todo lo que yo siento, que ha dicho todo lo que yo digo, y que ha pensado todo lo que yo pienso, ¿para qué sirve esta historia? ¿Cuál es la moraleja de este cuento? ¿Por qué repetir incesantemente este sinsentido yerto? ¿O será que, hasta que no encontremos la respuesta, volveremos al mundo, y seremos los mismos (repetidos en bucle, insulsos, en masa, sin orden ni concierto), condenados a hollar el vacío de nuestras ignorantes existencias? Si es que existe alguien que rompa esta vil cadena, yo lo sé, lo sé, yo no soy ésa.>> 

Yo no soy ésa. 

Entonces, ¿qué me queda?


Le quedaba un enorme agujero en el centro del pecho, un agujero por el que le entraban un frío inmenso, una soledad intolerable, un desapego profundo de todo, y amor por nadie. Le quedaba un agujero de negrura y de nada que se iba abriendo y abriendo, cual primorosa rosa de pétalos oleosos, pólvora floreciendo horriblemente en mitad de su cuerpo. Una rosa negra en el centro de su cuerpo; hoyo sangrante a quemarropa. Olor a carne quemada y absoluto desconcierto. Mutilada, presa del pánico, intentaba llenar el orificio a toda costa. Fuera como fuese. De comida. Todo, con tal de no ir desapareciendo. Y de historias. Todas, con tal de no acordarse de la suya propia, con tal de no recordar que debía seguir existiendo, aunque no fuese más que un doloroso boquete de infinita pérdida, aunque no fuese más que una oquedad turbadora de zozobra y preguntas errando por el universo, y nada más que eso.

Dile tú, ¿conoces el sentido de esta historia?

-Fin-