martes, 25 de diciembre de 2018

Hija anacrónica



Hija anacrónica 

Quiso el destino hacerla nacer
entre el bullicio de los corazones sin llama,
en el tiempo de los soles cegadores
que engullen el combustible de las almas.

Supo de la nobleza de los héroes legendarios
por los recuerdos otrora inmortalizados
en páginas crepitantes cuyos autores olvidados
nos recuerdan que un día tuvieron nombre,
y pensaron, y sintieron, y amaron.
Y murieron, y se desvanecieron.
O se desoyó su íntimo lamento incendiario.

Supo del espejismo de los paladines carismáticos,
viciadas figuras de porcelana falsa que se fracturan
en realidad al contacto de los ojos magnánimos.
Paladines que quebrantan las palabras, enrevesadas
en tal caos
de indignaciones prefabricadas y justicias simuladas,
que no hay nadie que crea ya en el poder del significado.

Supo, también, del dolor intrínseco a la esencia
humana, al verse despojada del ideal secreto
que hacía de guía en las horas de tormenta seca
y en las noches de rugidos desalmados junto a la cama.

Denostado el amor, y la compasión desterrada con celo
feroz a la inmundicia de la que fue rescatada,
supo de la sólida soledad del silencio atronador
que subyuga los pensamientos peregrinos y extraviados
a través de una cacofonía de sonrisa amable
y soga áspera, que las mentes atora y atraganta.

Supo del sufrimiento de todas las cosas viejas
empeñadas en morir para no verse ultrajadas,
ni violadas por esos soles refulgentes que prometen
luz
y que a su paso sólamente dejan
tierra quemada.

Supo, también, que no querían morir,
mas era tal la desazón que les provocaba
esa tierra baldía en la que no puede crecer
nada,
y que ellos sembraban a propósito de
odio,
violencia,
e imbecilidad programada,
que desistían hastiadas y terriblemente ajadas
de tratar en vano de sembrar y unir las manos,
cada vez más absurdamente separadas
en bandos,
o en islotes lejanos.

Y supo, en última instancia, que la única salvación
y refugio del alma,
cuando ya han marchitado toda ilusión,
se encuentra en los sueños,
Arte subconsciente que hace aflorar las verdades
ocultas en las cavidades desapercibidas de todas las palabras,
que a pesar de todos los fulgores de indiferencia, las ruidosas charadas
y las avalanchas de falacias que alientan la desesperanza,
no pueden arrebatar jamás ni doblegar al yugo de sus míseros deseos.

Y sueña.
Una luna perseguida por nubes de plata.
Un ciempiés de tiempo retraído.
Unas manos y unos pies recubiertos
por entero de pústulas y llagas.
Un retrato díscolo.
Una rosa de espinas en llamas.
Un alcor de oscuros bosques que descuellan
sobre la ambarina bruma de la madrugada.
Un libro que cabalga.
Un abrazo que sostiene el peso del mundo.
Una voz de paz que la trae de vuelta a casa.
Unos ojos traicionados, anegados en lágrimas de rabia.
Un puñal esmerilado de pupilas y cáscaras.
Una noche estrellada de cuerpos celestes
que se revuelven y disuelven y cautivan las miradas.
O una persona en el marco de la puerta, alguien,
apenas una sombra difuminada…


jueves, 13 de diciembre de 2018

En otoño

Mar Ambarino - Imagen de mi propiedad

En otoño

Suspiro leve.
Hoja que cae.
O aliento que muere.

Alzo la mirada atribulada al cielo.
Al entramado de hilos recios y retales de fuego
que me solazan la voz estrangulada,
y me prometen refugio,
y me ofrecen la calma.

Sanan las lánguidas llamas ambarinas
Que consumen las ramas de los árboles
Y alzan al cielo umbrío sus colores vitales,
Salpicando el gris plomizo de trémulas chispas.

¿Acaso de las ramas se desprenden miríadas
De deseos plácidos y lentos,
Brotes de anhelos que arden,
Se extinguen, e iluminan azarosamente la vida?

Devuelvo la vista al suelo.
Al mar amarillo que me acoge y me envuelve,
 Y me sosiega la mirada extraviada.
Y  me recibe.
Y me acaricia.
Y vacía mi mente.

Sólo se oye el silencio en el aire.

Suspiro leve.
Hoja que cae.
O tenue aliento que muere.

sábado, 25 de agosto de 2018

Viento negro



Viento negro

Has regresado.
Pero.
Te has quedado sin relentes de metáforas
que se coman las esquinas del viento negro.

Plétora de vida;
cadencia de los muertos.

Posees, sin embargo, bagatelas en deshonra:
Abismos rellenos de deseos,
y un candelabro de rosas,
relumbrante cual lucero,
que inscribe en las sombras
el perfil efímero de las mariposas.

Plétora de vida;
cadencia de los muertos.

Sabes que ente los labios y el beso
se halla el éter impuro y sucio
Que devasta, devasta
El campo estremecido y quieto.

Mal rayo ha partido al roble en tres,
y el eléctrico filo ha liberado
el estertor, al fin, de savia en sequía
y de prados yertos en tu pecho.

Plétora de vida;
cadencia de los muertos.

¿Conoces el sonido del crepúsculo empedernido
al hacerse añicos en la sepultura de tu mirada?

¿Qué sabes tú del silencio que transgrede el eco
de las palabras?

¿Qué sabes tú de la húmeda soledad que inunda
y del frío abandono que escarcha?

Has vuelto a mí
mudo, sordo y ciego,
y con el alma evaporada.

Plétora de vida;
cadencia de los muertos.

Mas, nos llega la breve pausa caída como un velo,
cual telaraña perlada en el rocío violáceo de la aurora,
sosegando el aire marchito que acaricia nuestros dedos.

¿Adónde vas con este viento negro
que me atora el pecho de recuerdos?

¿Adónde te vas,
si ya estás muerto?

Plétora de mi vida.
Si ya estás muerto.

miércoles, 25 de julio de 2018

Nunca llueve


Nunca llueve
Tenía la sonrisa en la palma de la mano,
esperando,
cual tallo de amapola
ofrecido abiertamente
al mundo,
para que acercaras las yemas
de los dedos,
sin reservas,
y la tocaras
como las salpicaduras del arroyo
reciben cantarinas el reflejo del sol,
e iniciaras así algo.

Mas en tu mano no había sonrisa
ni amapola.
Sólo un páramo infinito,
vastísimo
salar cruzado por interminables grietas,
sin agua,
sin hambre.
 Sin motivo.

Y aun así…
La fosforescencia perlina de tu piel
obnubiló mis ojos hastiados
de la gelidez del gentío,
llevándolos impasible
lejos de la calidez soñada
entre la blancura hechizante
de tu bruma.

Y la sonrisa se enmustió.
Y la palma se cerró de pena.
Y se clavaron los dedos tan hondo,
tan hondo,
que perforaron el blando corazón,
necia fuente de la fútil entrega.

Nunca llueve tan despacio
como cuando se espera.
Redobles de canícula
que se intuyen en lontananza
y que nunca llegan
a escucharse en la serenidad
descontrolada que pugna
por ser aullada (y dolida)
en su falta reverenciada.

Nunca llueve tan deprisa
como cuando el anhelo
se pone en pie amortajado
y las pestañas se deshojan
en desbandada,
sólo para que el deseo muera de pie,
y las piernas fallen,
y se cante un réquiem ilusorio,
y las rodillas se astillen contra el suelo,
y los marfileños dientes desvistan el lustre de los tiernos labios,
y las lágrimas contenidas se empantanen en cobijos secretos.

Sólo tenías que alargar la mano,
alargar la mano y tomar la sonrisa
ofrecida al mundo.
Al despiadado mundo.
¿Por qué no tomaste la amapola?
¿Por qué tus pupilas vacuas
resbalaron inertes
por el tallo marchito,
por los translúcidos pétalos arrugados,
 por los estambres umbríos?
¿Por qué se estamparon inermes
en el hielo que perpetúas con tus pisadas?

¿Por qué será que
nunca llueve cuando
la sed nos devora el alma?