sábado, 25 de diciembre de 2021

Niebla y humo


Niebla y humo

Hoy la niebla huele a incendio.

Tengo enredado en el pelo hedor a humo

de quién sabe qué fogatas.

Pero el aire está helado y húmedo;

cruje la escarcha en bancos y ramas.

 

Los jirones fantasmales inician su danza

rizándose y persiguiéndose

con vaporosa suavidad

sobre el espejo quieto del agua.

Es el baile etéreo de la bruma.

Y yo lo observo, embelesada.

 

La niebla recorre y envuelve puentes,

o sean quizás portales al País de las Hadas.

El manto blanquecino abraza los campanarios,

y es posible que habiten vampiros tras su Nada.

 

Tiene algo de dulce y pacífico,

de historia por ser contada,

el tenue velo fantasma.

 

La niebla es el misterio sin miedo.

Una suerte de magia serena y blanca.

 

Pero hoy huele a incendio.

Y no logro hallar la causa

de esta desazón

que me congela el alma.

 

Y es extraño,

porque este olor a hoguera

intoxica la belleza del misterio,

y lo degrada.

 

He aquí la bruma que es más invierno que el mismo invierno,

y este intruso olor a humo de quién sabe qué estivales llamas.

 

 

viernes, 8 de octubre de 2021

El momento correcto


El momento correcto

¿Por qué a pesar de no desear mal a nadie,

me persigue este sentimiento de culpa?

¿Qué me reclamáis vosotros,

cuya urgencia me bufa y bufa?

¿Por qué me ladráis con voces feroces

que pinchan y se clavan como agujas?

 

Let it be, cantaban.

Let me be, digo yo.

 

¿A santo de qué tanto dolor,

si no he saboteado vuestros sueños?

¿Por qué no dejáis entonces

que busque mi momento?

 

No se me da bien seguir el ritmo,

y vosotros ya estáis en otro tiempo.

 

Let it be.

Let me be.

 

No pido más que eso.

 

 

viernes, 23 de julio de 2021

Ser mar


Ser mar

Se tumbó sobre las olas y se dejó mecer por el lecho de agua. Tenía las orejas sumergidas, y los sonidos del mundo le llegaban extrañamente amortiguados, agradablemente lejanos. Miraba el cielo, pues todo era cielo, añil y límpido, y le parecía que no estaba allí, que no existía nada más que ese azul infinito y brillante que lo envolvía todo. Supo lo que era, no existir. Y le gustó.

El mar batía suavemente contra su cuerpo, arropándolo entre sus aguas, y el manso vaivén se llevó todos sus recuerdos y lamentaciones. Se olvidó de la fecha y del año. Atrás quedó su nombre. Atrás quedó su carga. Flotaba en el mar, casi tan ingrávida como si volara. Se imaginó siendo arrastrada océano adentro, y no sintió miedo. Llegó a desearla, incluso. La deriva. Si tan solo la deriva fuese siempre tan azul y tan pacífica...

Hacía el muerto sobre las olas, por fin había aprendido a recostar la cabeza serenamente sobre el agua, sin temor a hundirse, o a ahogarse, o a estrellarse contra las rocas. Había entendido de golpegolpe apacible y marino muchas cosas.

Su cuerpo fundido en el océano, el leve olor a salitre y algas, el sonido de las olas y las gaviotas como desde un país lejano. El azul inconmensurable que estallaba en sus ojos. Ese azul...

No pensar.

El mar, qué significa.

Que venga lo que tenga que venir.

Nunca había existido tan poco.

Nunca había existido tanto como en esa breve pausa indeleble, apenas un instante de un verano entre tantos y tantos.

domingo, 13 de junio de 2021

Los papeles de la soledad

 

 

Los papeles de la soledad

Demasiado tiempo libre

cuando no tienes nada que hacer

ni nadie con quien compartir

esa tarde de sábado que se alarga

insoportablemente

y repta como una boa que te asfixia,

y boqueas,

y luchas,

y te espantas.

 

Buscas auxilio frenéticamente

escribiendo en servilletas de cafetería

palabras desesperadas.

Ya sabes que nadie va a leerlas.

Ya das por perdida la batalla.

Tus armas son patéticas e inútiles.

 

La boa te constriñe el cuello

y no te suelta,

por muchos versos que inventes,

por mucho lamento silente

que alumbres.

Ninguna servilleta de papel

va a acabar con las horas de soledad

que te despojan del aire.

 

Te aterran la agonía del tedio

y la futilidad de idear actividades

con que matar los minutos

para sentirte menos sola.

 

La alegría del estío estalla y reverbera

en la muchedumbre de la calle

y en las mesas cercanas.

Disfrutan a borbotones del momento,

pero a ti la vida no te echa en falta.

 

El oxígeno se extingue.

Te apagas.

 

Y, en el final, tus ojos de vidrio

reflejarán el ocaso tardío tan tardío de verano,

transparentes y huecos,

incapaces de sobrevivir a la

estrangulación del tiempo que pasa

sin compañía,

sin vida.

 

Sin esperanza.