sábado, 24 de septiembre de 2022

El mal de septiembre


El mal de septiembre

Ya está aquí.

Me atenaza el pecho

con su avalancha de vacilaciones

y de dudas.

Septiembre se apodera de mí

cual sinuoso veneno

que emponzoña la fuente

de toda resolución.

 

Septiembre me vuelve débil,

hace flaquear mis tenues anhelos

y tambalearse toda certeza futura.

 

¿Será que lo presienten mis huesos?

Hay cicatrices que nunca se borran

y pieles más propensas a guardar improntas.

 

Incluso olvidado el dolor de la herida,

el mal corrompe la sangre sana

y la torna impura.

 

Comienza septiembre.

Vuelves a casa de madrugada.

Te sientas pesadamente sobre el colchón.

Enciendes mecánicamente la lámpara.

No tienes mente para atender

las ignorantes voces que te reclaman.

 

Te escuecen los ojos.

El aliento surge a medio fuelle.

Se te van a reventar los globos

oculares de ganas reprimidas

y expectativas apenas vislumbradas.

 

¿Es esto todo?

¿Siempre será esto todo?

 

Sabes que estás enferma

y que no es cierto todo lo que piensas,

pero te sientes hundirte sin remedio

en el agujero de oscuridad opresiva

que una vez fue tu morada de espadas.

Por vez primera, temes quedarte quieta

y que la sombra de la depresión te alcance.

Te aterra volver a caer en su cruel pozo

de gélida negrura insalvable.

 

¿Podría volver a salir de allí?

 

Septiembre me oprime el pecho

con sus garras de otoño y desaliento.

Y yo me exprimo el corazón

desesperada por destilar hasta la última gota

de luz que pueda iluminar todo este dolor.

 

Me obligo a salir, a conversar y a reír

por todo y por nada.

A concebir planes a marchas forzadas,

a que mis ojos irradien una chispa histérica,

a tratar por todos los medios

de que prenda la mecha.

A hacer caso omiso

del helor

que me va carcomiendo

la determinación

y las agallas.

 

Septiembre es cruel

y hace lo imposible por extinguirte,

cual insistente aguacero sobre las ascuas.

 

Es tan extenuante la batalla...

Por conservar el sol del verano,

por mantener la fe en el mañana,

por alimentar de risas francas

tu esencia de inocencias

e ilusiones infatuadas.

 

Me escuecen los ojos.

El mal de septiembre

aletarga el canto de mis latidos,

amordazando toda esperanza.

 

Me escuecen los ojos

y tengo el alma cansada.

 

Lo único que puedo hacer es

matar la vida que pugna

por estallarme de ganas la mirada

y dejar que mis pupilas vaguen vacías,

enfermas y opacas.

 

Es el mal de septiembre,

y no hay forma posible de escapar

a su cruel arrebato de desesperanza.