miércoles, 10 de agosto de 2016

A Tortugona



Tortugona - Imagen de mi propiedad
A Tortugona

Si alguna manera hubiera
de hacerte llegar mis palabras
y de hacer que las comprendieras,
te contaría una vida entera
de sollozos acallados
y esperanzas eternas.

La vida que tú viste crecer,
mientras crecías.
La vida que junto a ti vivía,
niña, muchacha, mujer,
día tras día.

<<¿Cómo se puede querer a una tortuga?>>,
muchos me increpan.
<<¿Es que se puede no quererla?>>,
es la respuesta que en mis labios resuena.

¿Cómo no quererte,
si tú estuviste ahí siempre,
siempre, imperturbable e
impertérrita?
Aun si todo se desplomaba y se venía abajo,
tú eras la prueba viviente de la permanencia.

Y, de pronto, la muerte te alcanza
antes que a mí,
situación inesperada,
necia la poeta que esperaba secretamente
perecer sin despedirse de una vida tierna en ti cristalizada.

Fueron dieciocho los años.
¿Los viviste bien? ¿Y tu muerte?
¿Te sobrevino con tu tranquilidad intacta?
Si las tortugas recuerdan,
¿te llevarías algún recuerdo
a doquiera que se halle tu mansa calma?

Siento la injusticia de tu cuerpo exánime
abandonado a la escoria y la chatarra.
Me desgarra.
Lo siento tanto, tanto…

Adiós, Tortugona, mi Tortuga,
mucho más que una tortuga,
piel de algas,
caparazón estriado,
y orejas de naranja.

De ritmo lento a compás detenido:

Créeme que te quise
como sólo yo puedo quererte.

Con el corazón,
adiós, mi Tortugona. Adiós.


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